Hay que reconocer que Fernando Simón no empezó nada bien su desempeño como portacoz científico del desgobierno socialcomunista en relación con la pandemia de la Covid-19.
Me
estoy refiriendo, por supuesto, a principios de Marzo del año pasado. Sabemos,
y ellos mismos han reconocido -no hace falta aclarar quiénes son esos ellos-
que habían pasado cosas, y que ellos lo sabían. Pero empezar diciendo que en
España no habría más allá de uno o dos casos, para continuar con que no
le diría a un hijo suyo que fuera o dejara de ir al aquelarre feminazi del ocho
de Marzo (¿siguen pensando que el machismo mata más mujeres que el virus?),
harían que cualquier persona con un mínimo de decencia, por no decir vergüenza,
hubiera presentado su dimisión con carácter irrevocable.
Luego
vinieron los publirreportajes en El Pis y la televisión del desgobierno
(sic), el irse a practicar surf o volar en globo, las bromitas con el número de
muertos o el atragantarse con avellanas. Y para no dejar el año sin rematar, se
ha despedido -del año, no del puesto: un izquierdista no dimite ni aunque le
obliguen- diciendo que se queda con las alabanzas, porque los que le critican son pocos.
Quizá
sean, en efecto, pocos los que le critican. Pero los que le ponen a parir, a
caer de un burro, cual no digan dueñas, como chupa de dómine, son miríadas. Por
no decir millones, en este mundo y en el otro.
Por ello, y por mucho más…
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