Ya desde el principio -desde que, aparentemente, no eran más que una panda de perroflautas piojosos que ocupaban las plazas públicas, básicamente en consistorios gobernados por la derecha- me referí a lo que luego denominaría neocom como delinquidores. Es decir, no decía que fueran delincuentes (ojo, que tampoco decía que no lo fueran), sino que lo que pretendía indicar era que lo que hacían -la ocupación permanente y no autorizada del espacio público- constituía un delito, por lo que ellos estaban delinquiendo y, de ahí, pasaban a ser delinquidores.
Claro
que, con el tiempo, hemos sabido que entre ellos había auténticos delincuentes:
desde asesores de narcodictaduras a becarios que cobraban una beca por la que
no realizaban tarea académica ninguna, pasando por defraudadores a Hacienda, maltratadores
machistas verbales, agresores de policías, secuestradoras de niños y hasta
asesinas.
Lo
que hasta ahora no nos habíamos encontrado -era cuestión de tiempo- es una
justificación tan pintoresca como la que ha ofrecido el nuevo portavoz neocom
en Madrid, condenado en su día por atracar un banco en 1.982. Según él, todo
ocurrió en un contexto franquista y p
Acabáramos.
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