Contra lo que se pueda creer, no tengo nada personalmente contra la gente de izquierdas. Si son sinceros y coherentes, merecen todo mi respeto. Como Julio Anguita, que en paz descanse: aun cuando su ideología es responsable de más muertes que ninguna otra en la Historia de la humanidad, sus propuestas eran delirantes y sus desvaríos postreros justificados por la muerte prematura de un hijo, en lo personal gozaba de mi más alta consideración. Que, de haberlo sabido, a él probablemente no le habría importado un pimiento, pero que ahí queda.
Lo que no
soporto -ni en los de izquierdas, ni en nadie- es la incoherencia. Como los
médicos que criticaban el tabaco mientras fumaban pitillo tras pitillo, los retroprogres
predican la tolerancia mientras practican la intolerancia, propugnan el reparto
de la riqueza mientras acrecientan la suya (sin que haya visos de que pretendan
repartirla), critican el amiguismo mientras colocan a dedo a familiares,
parejas y conocidos y, en fin, defienden lo público mientras utilizan lo
privado.
O como un
tal Rubius, votante de doña Rojelia -y, por tanto, teóricamente
comunista- que se ha marchado -no el primero de los de su ¿profesión?- a Andorra
para pagar menos impuestos. Lógico sí; humano, también; coherente… pues no
demasiado, qué quieres que te diga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario