A pesar de sacar matrícula en Político II durante la carrera, no fui consciente de lo mala que es la vigente Constitución española hasta llegar al bloque de Derecho constitucional durante la oposición. Como dicen los teóricos, teníamos dos opciones: hacer la última de las antiguas, o la primera de las modernas. Naturalmente, tiramos por lo antiguo (¡para qué innovar!), y así nos fue.
Entre
el consenso, el intentar contentar a todos y no contentar a nadie, el buscar apaciguar
a los que nunca serán pacíficos, y las contradicciones (como la igualdad del
hombre y la mujer, pero la preferencia del varón en la sucesión en la Jefatura
del Estado), salió un mejunje legislativo de difícil digestión.
Hoy
me voy a dedicar sólo a lo que tradicionalmente se llamó nacionalidades históricas,
es decir, Cataluña, Vascongadas y Galicia; porque, tras los estatutos de
segunda generación, que abrió el sediciente y sedicioso ejemplo catalán,
ahora cualquiera se define como nacionalidad, aunque nunca haya pasado
de ser una nota a pie de página en los libros de Historia.
Empezando
por Cataluña, históricamente nunca ha sido nada. Dejando aparte los romanos,
que fueron los primeros que unificaron la península, y los visigodos, a los que
podemos considerar como herederos espirituales de los anteriores, tras
la invasión árabe la zona de Cataluña no era más que una región fronteriza del
imperio carolingio, la Marca Hispánica. Y avanzando la Edad Media, tampoco es
que fuera nada más que un conjunto de condados, de los que el más importante
sería el de Barcelona. Pero nunca hubo una casa real catalana, ni una confederación
catalano-aragonesa, ni cosa parecida. En cuanto a su idioma, parece ser que lo
que se llama catalán, además de surgir con posterioridad al valenciano, no es
más que la versión barcelonesa de un dialecto del occitano.
Pasemos
a Vascongadas. Estos no llegan ni a condados. Vascongadas fue siempre parte de
Castilla. De hecho, los verdaderos vascos habitaban en lo que ahora es Navarra (vale,
aquí me estoy columpiando). No tienen un idioma, tienen siete variedades regionales
y una octava, de laboratorio, que nadie habla normalmente. En cuanto al sentimiento
vasco lo inventó hace siglo y medio un orate racista, machista y xenófobo
-en Cataluña se lo sacaron de la manga más o menos por las mismas fechas con el
sano afán de ganar más dinero… la pela es la pela- que, para remate, renegó de
sus postulados antes de morir.
Y
acabamos con Galicia. No tengo ni idea de dónde arranca el sentimiento
nacional gallego. Podría remontarse al reino suevo -esos sí que fueron un
reino, no como vascos o catalanes-, pero sería llevar las cosas demasiado
lejos. Les metieron en el ajo de las necionalidades histéricas sólo porque en
la segunda república estuvieron a punto -puede que sí, puede que no… hablamos
de los gallegos, al fin y al cabo- de tener estatuto.
Pues así están las cosas. Y así nos va.
No hay comentarios:
Publicar un comentario