Francisco Franco sería un tirano, un autócrata, un dictador; pero al menos bajo su mandato, España prosperó, y pasó de ser un país de segunda (o tercera) fila a situarse entre las diez primeras potencias del mundo.
El
dúo Picapiedra son, al menos, tan liberticidas como lo fue -si hacemos caso a
sus detractores- el militar ferroleño; pero en cuanto a gestión, son lo diametralmente
opuesto. Y mientras que intentan tapar lo inútiles que son, no tienen el menor
rubor en demostrar hacia dónde se dirigen sus objetivos políticos.
Decididos
a controlar (más) el único de los tres poderes del Estado que aún no manejan a
su voluntad, amenazaron con paralizar veintinueve nombramientos del Consejo
General del Poder Judicial -que después de cuatro décadas por fin se está
ganando el nombre, y el respeto de la gente- antes de que finalizara el año que
acaba de dejarnos.
Francamente,
desconozco cómo acabó la cosa. Lo que sí sé es que la Comisión Europea advirtió
a Sin vocales que la reforma (de la elección) del órgano de gobierno
de los jueces debía ser consultada con la oposición, y que dicho órgano
avisó al desgobierno socialcomunista que pediría al Congreso un informe de Europa sobre la paralización de sus nombramientos, y que se recabe su propio
informe sobre la proposición de PSOE y Podemos.
Fiat iustitia, ruat caelum.
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