Lewis Hamilton está empatado con Michael Schumacher a títulos mundiales de la Fórmula 1 (siete). Ninguno de los dos es, evidentemente, un paquete: para conducir un bólido a semejante velocidad hay que ser un buen conductor.
Sin embargo,
no creo que ninguno sea el mejor piloto de, pongamos, los últimos treinta años.
Tampoco Sebastian Vettel. Si han conseguido los triunfos que han logrado es
porque tenían, con diferencia, el mejor coche de sus respectivas épocas,
llámese Ferrari, Red Bull o Mercedes. Y la prueba de lo que digo es que las
tres marcas, cuando esos pilotos triunfaban, se hinchaban a hacer dobletes: es
decir, que cada escudería estaba uno o dos peldaños por encima de las demás.
En cambio,
Fernando Alonso es, desde mi punto de vista -y no es porque sea español, y
asturiano además-, mejor piloto que los otros tres, aunque tenga menos
mundiales. Consiguió sus dos mundiales con un coche en principio inferior al
del por entonces imbatible Schumacher. Por si fuera poco, estuvo a punto de ganar
más campeonatos, primero con McLaren y luego con Ferrari. Es decir, que si
hubiera tenido un punto de suerte, el español tendría cinco mundiales, y no
sólo dos.
Entiéndase:
no estoy diciendo que todos los pilotos compitan con el mismo coche, aunque eso
haría indudablemente la contienda más justa. Al fin y al cabo, en la Fórmula 1
juegan tanto el piloto como el coche. Pero que a un mes del comienzo de la
pretemporada, el actual campeón del mundo esté todavía sin renovar, pues qué
quieres que te diga, no me causa una especial desazón.
Sobre todo porque, además, sigue siendo un cretino.
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