Hace seis meses, y descontando a Feijóo -si España is different, Galicia ya ni te cuento-, Madrid era la única comunidad autónoma en la que el PP podía sacar pecho. Por eso, todos los dardos -externos, pero también internos- se dirigían contra su presidente, Isabel Díaz-Ayuso.
Los de fuera la acusaban
de fascista, señal de que algo debía estar haciendo bien, puesto que nunca
aplicaron tal calificativo a, pongamos por caso, Alberto Ruiz-Gallardón,
siempre tan del gusto de la izmierda patria hasta que dejó de serlo.
Los de dentro, empezando
por la cúpula dirigente, la acusaban de aspirar a destinos más altos, léase, a
la presidencia del partido y, de rebote, a la del gobierno de la nación. De nada
servía que ella lo negara por activa, por pasiva y hasta por perifrástica que
ella no aspiraba a nada más -nada menos- que a la presidencia del PP madrileño
y de la comunidad.
Desaparecidos Casado y
García-Egea de la escena política, y conseguida una mayoría absoluta al Sur de Despeñaperros,
parecen haber desaparecido los complejos en Génova. Y, lejos de enfrentamientos
intestinos, el único barón regional que ha conseguido una mayoría absoluta en
las urnas -puesto que en Galicia la consiguió Feijóo, que ya no es presidente
regional ni barón- declara sin tapujos que su referencia es la líder madrileña,
y que nos fijamos en los mejores.
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