En toda Europa, los partidos llamados establecidos se quejan del auge de los populismos de derechas y de izquierdas. La verdad sea dicha, se quejan más de los populismos de derechas, a los que motejan de fascistas, por más que, como no me canso de repetir, el fascismo -y su vástago ideológico, el nacionalsocialismo- sea una ideología de izquierdas.
Como he dicho, es la
llamada extrema derecha la que se lleva los palos, mientras que a la
extrema izquierda -hablemos claro: los comunistas- se les despacha con adjetivos
del tipo de indignados, como si los que somos de derechas no estuviéramos
hasta los mismos dídimos de la situación.
Lo dicho, se clama
contra los populismos, y se dice que hay que ponerles coto, como si fueran algo
que ha surgido por generación espontánea y que, de modo igualmente milagroso se
han desarrollado y han crecido.
Al parecer, en su
preocupación no se han parado a pensar que, si tienen tanto predicamento, es
porque la gente les vota. Y si la gente vota populismo, y no partidos
establecidos, es porque está cansada de las mismas monsergas de siempre, que no
llevan a ninguna parte, y quiere probar algo nuevo.
Aunque de nuevo tiene
poco. Pasó lo mismo hace cosa de cien años, con el surgimiento de los
fascistas, y pasa ahora. No deja de ser curioso que esta entrada se publique
dos días después de la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas,
en las que el partido del presidente de la República ha sido la formación más
votada, pero en una Asamblea Nacional atomizada en la que la segunda fuerza es
la extrema izquierda y la tercera la extrema derecha.
Algo nada sorprendente, por otra parte, si uno presta atención a los resultados de la primera vuelta de las legislativas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario