En un país normal, probablemente no se sabría que existe una comisión de secretos oficiales, y menos aún quiénes son sus miembros. En España, se sabe.
En un país normal quizá se
permitiría la existencia de partidos secesionistas, pero en cuanto pasaran de
las palabras a los hechos delictivos se les ilegalizaría ipsoflautamente.
En España se permite y no se les ilegaliza.
En un país normal no se
permitiría que representantes de partidos separatistas, golpistas, racistas o,
directamente, terroristas formaran parte de la antecitada comisión
parlamentaria de secretos oficiales. En España se permite.
En un país normal, por
fin, cuando uno de los miembros de la repetida comisión revelara lo debatido en
el seno de la misma -cometiendo, por lo tanto, un delito de revelación de
secretos- iría directo a la trena, perdería su escaño y le caería una multa de
tres pares de narices. En España, probablemente, se vaya de rositas.
De donde podemos concluir que España es cualquier cosa, salvo un país normal.
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