El refranero español, como no me canso de repetir, es muy sabio. Una de sus perlas dice que, cuando una nave se va a hundir, las ratas lo abandonan.
No sé si el secesionismo
catalán se está yendo a pique -otra concisa muestra de sabiduría, ésta más
escatológica, dice que la mierda flota-, pero de lo que hay muy pocas dudas es
que algunos de los elementos de ese movimiento se están disgregando a
ojos vista.
Es el caso de los jotaporcatos,
sucesores por dos vías -la directa de CDC y la indirecta de los pedecatos,
herederos a su vez de CDC- del chiringuito montado por Jorgito Polluelo para
eternizarse en el poder y desangrar a España, como las sanguijuelas que son.
Ya señalé hace días
cómo, uno tras otro, los candidatos a dirigir la formación parecía que hubieran
escuchado un rompan filas, puesto que nadie se postulaba o,
directamente, se descartaba. Hace diez días era la alcaldesa de Gerona la que
anunciaba que no se presentaría a las primarias para designar candidato en ese
municipio al que los gilimemos llaman Yirona cuando hablan en español.
Lo mejor de todo es que Polluelo sigue vivo y, presuntamente, lo bastante lúcido como para poder enterarse de que todo lo que construyó se está yendo por el retrete, y que los frutos los están recogiendo sus más acerbos enemigos, los ierreceos.
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