Las ideologías de inspiración marxista -las de izquierdas, vamos-, y en especial la comunista, son ontológicamente incapaces de crear riqueza. No es que no sepan (que también… o tampoco, depende de cómo se mire), sino es que no pueden.
A lo más que se limitan
es a repartir la ya existente (que en ese reparto las élites dirigentes, la vanguardia
de la revolución, se queden con la parte del león, es otro tema) y, cuando
ésta se acaba, a repartir la pobreza.
Si a eso unimos la
ausencia de luces -la estupidez supina, vamos-, no es de extrañar que cada una
de las ocurrencias del enterrador de Izquierda Hundida, devenido ninistro
de Carestía dentro del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de
padecer, sea de calibre todavía mayor que la que le precede en la serie,
aparentemente interminable.
Hace un mes proponía,
ante la subida de los precios de la energía -cómo se puso la izmierda
cuando la factura de la luz subió un mísero (por comparación) diez por ciento o
así-, compartir electrodomésticos con los vecinos.
Nada de bajar los impuestos. Nada de recurrir a la energía nuclear. Nada de suprimir la comosellame tasa por las renovables. Nada, salvo el reparto de la pobreza.
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