Cuando están en la oposición, los políticos se presentan con piel de cordero, al tiempo que retratan como lobos a aquellos que están en el poder. Es más, aseguran que ellos lo harán mucho mejor, y que los ciudadanos vivirán en el mejor de los mundos si les otorgan su confianza.
Pero en esto, como en tantas
otras cosas, los socialistas españoles se llevan la palma. En su último intento
llegaron al poder mediante una moción de censura, planteada sobre premisas falsas
y a lomos de una coalición Frankenstein, tanto por su composición heterogénea
como por su naturaleza monstruosa (si bien la criatura de la obra de
Mary Shelley era sólo un pobre ser incomprendido). Dijeron que serían el gobierno
más transparente, más honesto, más eficaz y más mejor de toda la historia de
España y parte del extranjero.
La realidad se ha encargado de
desmentir sus palabras. El desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia
de padecer es el más opaco, el más deshonesto, el más ineficaz y, en resumen,
el peor que la malhadada España ha sufrido en muchísimo tiempo.
Y como no oculta sus pulsiones liberticidas,
a todo aquel que le lleva la contraria le defenestra: políticamente hablando,
claro, que son otros tiempos y eso ya no se lleva. En esta línea, el consejo de
ninistros ha decidido no prorrogar la pertenencia de Amelia Valcárcel al Consejo de Estado, donde llevaba dieciséis años como miembro electiva. La
filósofa e histórica feminista, que había sido nombrada para el cargo por los
de la mano y el capullo -esta gente no respeta ni a los suyos-, había sido muy
crítica con la Ley Trans de la marquesa de Villa Tinaja, llegando a
calificarla de monstruosidad.
La catedrática incluso participó
en unas jornadas en el Congreso de los Diputados, organizadas por el PP, sobre
la norma estrella del ninisterio de Lomismodá, donde llegó a afirmar que
la ley no es feminista ni es propia de una sociedad democrática.
Vamos, que era cuestión de tiempo que le dieron el pasaporte.
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