Los hagiógrafos -a sueldo, porque nadie, por muy débil mental que sea, haría tal cosa gratis- del psicópata de La Moncloa ponderan sus virtudes, su habilidad, su talento y poco menos que su derecho a ser adorado de hinojos.
El hecho es que a Sin Vocales
no lo aprecia nadie. Cada vez que sale a la calle se lleva una pitada
ensordecedora; cada vez que le graban en una escena cotidiana, los figurantes
son todos del partido; cada vez que se desplaza, lo hace rodeado por un muro humano
impenetrable.
Pues ya ni eso. Hace un par de fines de semana, mientras participaba en un mitin en Segovia de los de la mano y el capullo, fue increpado por el volantazo que dio a la postura española sobre el Sáhara Occidental. Traidor, le llamaron. Deberías replantearte tu política sobre el Sáhara, añadieron.
No vi las imágenes, pero apuesto duros contra pesetas a que se oyó un chasquido al tensarse de los músculos de su mandíbula por el disgusto.
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