Los neocom surgieron, o eso dicen, contra lo que llamaban política tradicional. Ellos no ambicionaban el poder por el poder, sino que su objetivo declarado (que esa declaración se correspondiera o correspondiese con la realidad es otro tema) era preocuparse de la gente. A ellos el poder no les cambiaría, presumían.
No es que hubiera muchas dudas,
pero el tiempo ha demostrado que los neocom no eran más que los paleocom
2.0, el mismo monstruo con distinto disfraz, una nueva forma de ocultación
del partido comunista para tratar de colar la misma mercancía averiada de
siempre a los mismos incautos de costumbre.
Y, como buenos marxistas, buscan
alcanzar el poder para detentarlo todo el tiempo que puedan, y todo lo
exclusivamente que puedan, por muy arreglados que vayan y muchos trapitos de
diseño que vistan. Y la tucán de Fene no iba a ser una excepción a la regla.
Por eso, cuando presentó -por
fin- su proyecto político, después de un interminable proceso de escucha,
lo hizo sin lograr atraer a la formación morada. Y por mucho que proclame que no
es de nadie, y que nadie la tutela, hasta el más despistado sabe que
no deja de estar esponsorizada por el psicópata de La Moncloa para intentar
aglutinar el voto a la izquierda de los de la mano y el capullo… un espacio
cada vez más exiguo, dado que la formación de Senior lleva tiempo
escorándose a babor.
Eso sí, como los marxistas no conocen
amigos, los morados han cargado contra ella, cantando las verdades del
barquero y señalando que apuñala a quienes la pusieron donde ahora se encuentra, lugar al que no habria llegado por sus propios (e inexistentes) méritos. Porque, no lo
olvidemos, fue Junior quien la señaló como su sucesora y futura primera
mujer en presidir el consejo de ninistros.
Porque, como buena comunista, Egolanda es personalista: yo, yo, yo y nadie más que yo. O sea, ella.
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