No, hoy no es mi cumpleaños (aunque sí el de una buena amiga cuya edad no revelaré, que uno es un caballero… para algunas cosas).
Esta reflexión, como la de hace
un par de semanas, me surgió mientras estuve teletrabajando por haber dado positivo
en el test COVID. De hecho, el test era un multifunción, puesto que
también te indicaba si habías contraído la gripe A o la gripe B pero, mira tú
por dónde, el único testigo que se activo fue el de la COVID.
A lo que íbamos. Los síntomas no
fueron diferentes a los de una gripe corriente y moliente… corriente y moliente
en el resto de las personas, porque cuando yo cojo la gripe, o lo que creo que
es la gripe, los síntomas son los de un catarro ligeramente fuerte; la única
diferencia es que la fiebre me subió, o eso decía el termómetro -uno antiguo,
de los de mercurio- por encima de los treinta y nueve grados, aunque me encontrara
mejor en esos momentos que cuando marcaba treinta y siete y medio.
Pero, como digo, me encontraba
bien. Bajaba y subía escaleras sin problemas -menos problemas al bajar que al
subir, claro está, pero eso también me pasaba antes de tener la COVID-, y me
movía con soltura. Lo cual me llevó a pensar que no sólo mentalmente (que
también, y sobre todo), sino físicamente, me encuentro menos cascado que generaciones
anteriores a la misma edad.
Si por genética, por el avance de la medicina, por cuidarme o por una combinación de los anteriores, la verdad es que no lo sé.
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