Decía Einstein que había dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, pero que de lo primero no estaba completamente seguro. Más concisamente, el refranero español -no sé si el real o el apócrifo- dice que la estupidez humana no conoce límites.
Por otra parte, un intelectual
es, se supone, una persona que le da a la máquina de pensar, no alguien que
dice lo primero que se le pasa por la cabeza. Sin embargo, no son pocos los presuntos
pertenecientes a ese gremio que sueltan tonterías del tamaño del Aconcagua.
Ya Gabriel García Márquez
defendió una ortografía sin distinciones entre be y uve, con eliminación de la
hache, y otras sandeces. Hace un par de semanas, durante el IX Congreso
Internacional de la Lengua (española), un par de escritores -uno mejicano, otro
argentino- abogaron por cambiar el nombre al idioma de Cervantes. Para ellos,
llamarle español carece de sentido, y debería llamársele ñamericano
o hispanoamericano.
Por esa regla de tres, habría que hablar de portuleño, inglounidense o franadiense. Pérez-Reverte, siempre certero, lanzó su contrapropuesta: gilipañol.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!
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