La Historia fue la que fue, y no es posible cambiarla, por más que a algunos les gustara poder hacerlo. Y no, no me estoy refiriendo a la segunda república y la guerra civil, objeto de fabulaciones y tergiversaciones del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer.
Hace doscientos años, a los
esclavos del Sur de Estados Unidos se les llamaba nigger, y eso no
pueden cambiarlo todos los que ahora se sienten ofendidos cuando, leyendo Huckleberry
Finn, a Jim, que es negro y esclavo, le llaman nigger.
Luego fueron los libros de Roald
Dahl, de los que se busca eliminar palabras como feo, gordo o negro.
A continuación, las novelas de James Bond de Ian Fleming, de las que se
eliminarían las referencias raciales, porque negro vuelve a molestar,
parece; será sólo cuestión de tiempo que le hagan abstemio, célibe y hasta
homosexual.
Y, para terminar, de las novelas
de Agatha Christie se eliminarán comentarios sobre la dentadura y el físico de
algunos personajes, se suprimirá el término oriental, y se eliminará la
alusión racial de un sirviente negro. Todo ello para adaptarlas a las nuevas sensibilidades. Hipersensibilidades, las llamaría yo...
Al final va a ser como en las
películas de romanos, en las que todos lucían una dentadura perfecta y una
manicura cuidadísima.
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