En la década pasada, si no recuerdo mal, se acuñó el término post verdad (también llamado mentira emotiva) es para referirse, en definición de la Real Academia Española de la Lengua, a la distorsión deliberada de una realidad en la que priman las emociones y las creencias personales frente a los hechos objetivos, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. Vamos, lo que hasta entonces venía siendo una trola como un castillo, una mentira como una catedral, un embuste del tamaño del Everest.
Como todo en la vida, la cosa ha
empeorado. Decir que el psicópata de la Moncloa miente sería, en palabras de Juan Pérez Creus, como llamarle cerro al Himalaya, como llamarle arroyo al
Amazonas. El primer ninistro del desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer no puede mentir, porque para eso hay que tener
un concepto claro de la verdad, y el único concepto que tiene es el de su
propia conveniencia.
Por eso, a nadie debe sorprender
que afirme, sin que se le mueva un músculo de la cara -pero, quizá, tensándosele
los maseteros-, que él no ha mentido, sino que ha tenido cambios de posición política, y que niegue haber tenido pactos de gobierno con el partido de la
banda terrorista vasca de ultraizquierda.
Yo, en cambio, no padezco de esos
cambios de posición política: le consideré un peligro para la democracia casi
desde el principio, y todo lo que ha hecho desde entonces no ha hecho sino
reafirmarme en mi opinión.
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