Hubo una época -varias, de hecho- en las que el cine americano -léase: Hollywood- era el colmo de lo progresista, de lo moderno, de lo tolerante. En otras épocas, por el contrario, ha sido el símbolo de lo reaccionario, de lo conservador, de lo retrógrado.
En esta época que nos ha tocado
vivir, los más intolerantes son precisamente los que más se blasonan de
progresistas. Son aquellos que, so capa de no ofender a nadie, ofenden al
sentido común, y se ofenden si les pones de manifiesto lo ridículo de sus
posturas. Es la llamada cultura woke.
En un nuevo giro de tuerca, la
academia de Hollywwod ha establecido que un treinta por ciento de los personajes de las películas deberán representar a minorías para poder optar a los premios que concede.
Adiós, por tanto, al rigor
histórico en las películas de época, porque si, por ejemplo, se filmara la vida
de Harald Blåtand, deberían aparecer negros, u homosexuales, o cualquier otra
inclusión forzada, al menos tres de cada diez.
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