De los miembros de la banda terrorista vasca de ultraizquierda pueden señalarse muchos defectos: son cobardes, asesinos, miserables, despiadados, crueles, insensibles… Pero hay una tara que no puede imputárseles: en materia de política, son siempre sinceros.
Desde el principio manifestaron
su objetivo: crear una república comunista a uno y otro lado de los Pirineos, cuyo
territorio comprendiera no sólo las tres provincias vascas españolas, sino
también Navarra y los territorios vascongados en Francia.
Por eso, cuando el terrorista
apodado el Gordo dice que llevan cuatro años colaborando con el
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, es porque es
cierto. Cuando el partido etarra reclama al psicópata de La Moncloa que cumpla su parte del pacto y permita que los terroristas detenten la alcaldía de la
capital de Navarra, es porque ese pacto existe. Y cuando advierten a los de la
mano y el capullo de que quien no respete los pactos no hará un buen negocio,
los epígonos de Paulino Iglesias y Largo Caballero harían bien en tentarse las ropas.
Porque, ya lo he dicho, los del
hacha y la serpiente, los de la capucha y la boina, los del tiro en la nuca y
la bomba lapa, esos… no bromean.
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