De los ocho presidentes -Arias, Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar, Rodríguez, Rajoy y Sánchez-, dos de ellos -Calvo-Sotelo y Rajoy- han sido gallegos. Quizá lo único que tuvieran en común fuera su aparente poco apego al cargo.
Calvo-Sotelo fue presidente casi,
podríamos decir, de casualidad. Dimitido Suárez -caso único en nuestra historia
política, que recuerde-, hacía falta un candidato, y pusieron a don Leopoldo,
que fue presidente del gobierno cosa de año y medio y que, cuando dejó de
serlo, se sumergió, hasta donde se me alcanza, en una existencia gris.
Rajoy tampoco es que pareciera predestinado
a ser la segunda autoridad del país. Aparentemente el peor posicionado entre
los candidatos a suceder a Aznar, fue el dedo de éste quien lo eligió y, aunque
tuvo que esperar casi una década, acabó obteniendo una mayoría absoluta -la
última, de momento- como vía de entrada, y una moción de censura -caso inédito
también- como vía de salida. Y durante todo su mandato hizo gala de un tancredismo
a veces exasperante.
Todos los demás cabezas del
ejecutivo lo han ambicionado. La mayoría han necesitado de varios intentos
(Arias y Suárez no cuentan, puesto que fueron designados directamente por los
respectivos jefes de Estado), salvo zETAp, que se presentó sólo en dos
ocasiones y resultó ganador en las dos.
En cuanto al posible tercer
gallego, la cosa está todavía en un veremos.
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