Como futbolista, Gerardo Piqué tenía una cierta calidad: no la pongo en duda, puesto que no considero entender lo bastante de fútbol, pero ser tanto tiempo central del Barcelona y de la selección nacional de España algo debe de indicar.
En cuanto a su inteligencia o
ingenio, tampoco se lo discuto. Tiene una mente rápida y una lengua ágil, y ha
sabido labrarse un porvenir al margen de la que ha sido su profesión principal
hasta hace poco.
Políticamente me da bastante
asco. No sólo por presunto secesionista, sino por hipócrita: nunca ha dicho a
las claras estar a favor o en contra de los independentistas, sino que todo han
sido medias palabras, ironías y demás. En ese sentido, Olegario Presas, o
incluso el charnego o el calvo melifluo, me merecen más respeto.
Es en lo personal en lo que no le
aguanto. No sólo por todo lo dicho, sino también por ponerle los cuernos a la
madre de sus hijos, por su actitud chulesca de no sabes con quién estás
hablando cuando le paran por exceso de velocidad, o porque cuando dicen que
ha entrado a ciento veinte en un aparcamiento responde, tras negarlo, si hubiera entrado, ¿qué?
Pues que es para darle de bofetadas
hasta en el carné de conducir. Especialmente, en el carné de conducir.
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