Supongamos que el psicópata de La Moncloa fuera un excelente gestor, un hombre de palabra, un patriota, un estadista, un tío educado y compasivo, altruista y generoso, humilde y receptivo a las críticas. Supongamos todo eso.
Daría lo mismo, porque el hecho
incontrovertible es que la mayoría de la gente no lo percibe así. Tanto, que no
puede salir a la calle sin que le piten. Tanto, que no puede dar un mitin sin
que le abucheen. Tanto, que no puede ir a votar el día de las elecciones municipales sin que le increpen con ese grito que da título a esta entrada y que le seguirá
hasta la tumba y más allá.
Debería haber votado por correo,
pero no lo ha hecho. Será que no se fía. Por algo será…
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