Existe, por parte de la giliprogresía y medios afines, la tendencia de elevar a categoría lo que son, en principio, manifestaciones esporádicas o casos aislados.
Tomemos el caso de la violencia contra las mujeres por parte de los hombres. Siempre que tiene lugar, sean cuales sean la causa y las circunstancias, se convierten en un suceso de violencia machista cuando, desde mi punto de vista (probablemente mediatizado por el hecho de que soy varón), de lo que se trata es de violencia (por decirlo de alguna manera) masculina.
Es el caso, que oí en la radio hace una semana
o dos, del individuo que mató a su hermana por un tema de herencias y rencores
familiares. Estoy bastante convencido de que habría obrado de parecida manera
si se hubiera tratado de un hermano y no una hermana. Luego, si el sexo de la
víctima resulta irrelevante para el crimen, éste deja de ser machista.
Lo mismo ocurre con los insultos
a Vinicius, el jugador del Real Madrid. Hacen referencia a su raza -es negro o,
por lo menos, mulato-, y por lo tanto se convierten en insultos racistas y a
quienes los profieren igualmente en racistas. Sin entrar a disculpar los
insultos, éstos demuestran solamente el escaso ingenio de los insultantes (y la
poca correa del insultado), ya que recurren a lo más evidente y, por lo tanto,
sencillo. Pero quienes llamaban mono a Roberto Carlos (otro jugador del
Real Madrid) en el Campo Nuevo no decían lo mismo de Ronaldinho o de Kluivert,
luego no eran racistas, sólo antimadridistas.
Aunque siempre es más fácil
generalizar.
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