Hubo una etapa en la que Arturo Pérez-Reverte estuvo en mi lista negra de escritores. Fue después de leer El club Dumas, una novela que consideré profundamente tramposa, porque (en mi opinión) se pasa el noventa y cinco por ciento de su extensión haciendo mirar al lector en una dirección cuando el desenlace viene de otra completamente diferente que, además, no tenía nada que ver. Posteriormente me reconcilié con el autor, y he leído más novelas suyas, aunque (de momento) ninguna de las del capitán Alatriste.
Algo que respeto profundamente en
el murciano, además de su inteligencia, es que puesto a repartir estopa no
distingue entre tirios y troyanos, sino que sacude a diestro y siniestro sin
preocuparse de contra quién se dirige o a quién puede molestar.
Hace poco, en el programa El
Hormiguero, definió al psicópata de la Moncloa como alguien profundamente
amoral, un aventurero de la política, un pistolero¸ un asesino,
alguien que no repara en nada, y que gobernará el tiempo que quiera.
Naturalmente, todos los ofendiditos
de izquierda saltaron a la yugular del escritor por sus palabras. Lerdos como
son, fueron incapaces de percatarse de que el término asesino se
empleaba en sentido metafórico, figurado, para reflejar el hecho de que Sin
Vocales no hace prisioneros, arrambla con quien sea y con lo que sea para
mantenerse en el poder. Sin embargo, teniendo en cuenta que tiene a sus
espaldas cien millares de muertes por su nefasta (no) gestión de la pandemia de
la Covid-19, el término resulta de lo más adecuado incluso aunque se tomara en
sentido literal.
Por otra parte, si por él fuera, gobernaría, en efecto, todo el tiempo posible. Por ello, matizaría a don Arturo, señalando que gobernará todo el tiempo que le dejemos.
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