Como he dicho en la primera entrada del día, los de la mano y el capullo son especialistas en acusar a los demás de sus propios defectos. Y esto da lo mismo que sean individuos con décadas de carrera en la política que recién llegados a la primera línea: lo hacen con tal soltura, de un modo tan desenvuelto, que casi pareciera que fuera requisito imprescindible para medrar en el partido (quizá lo sea).
Es el caso de la portavoz del desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, esa cuyo gesto
permanentemente avinagrado -otro aparente requisito ineludible para el puesto-
se da de patadas con el apellido heredado (supongo) de su padre.
Según ella, el Partido Popular intoxica
a la sociedad con fruta podrida (qué éxito habrá tenido la chanza de la
presidente de la comunidad autónoma de Madrid que hasta en Moncloa la usan),
cosa que ellos, afirma, no van a hacer. Por no hacer, no hacen nada, porque
aunque se le preguntó no reveló la identidad del verificador que tutelará
la bajada de pantalones en Ginebra.
Es probable que no lo supiera ni ella misma…
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