Los de la mano y el capullo siempre han sentido una indisimulada simpatía por los del hacha y la serpiente. Eran, al fin y al cabo, luchadores contra el franquismo; y, aunque cobardes -el tiro en la nuca y la bomba lapa-, hacían aquello que los epígonos de Senior no tenían los redaños de hacer, empuñar las armas.
Medio siglo después, las cosas siguen igual, pero peor. Porque del ligero disimulo se ha pasado al absoluto descaro, y tan pronto se llega a acuerdos para entregar el ayuntamiento de Pamplona al partido de la ETA como se abre a debatir la despenalización de los homenajes a los terroristas de la banda de ultraizquierda.
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