Los de la mano y el capullo son mucho de lirili y poco de lerele. Mientras no llega el momento de la acción, o una vez ha pasado y (creen que) la gente ha olvidado lo que hicieron, se dan metafóricos golpes de pecho y alardean de lo que ellos harían, de la solidez de sus principios o de la firmeza de sus convicciones.
Pero cuando llega el momento de
la verdad, ¡ay, amigo!, entonces demuestran la verdad palmaria, esa que tantas
veces he repetido y repetiré más aún: que un socialista español es, primero,
socialista; luego, socialista; y en última instancia, socialista. Para ellos,
la fidelidad (o el sometimiento perruno, tanto da) al partido está antes y por
encima de cualquier otra consideración.
Es el caso de quien fuera
ministro de Injusticia con el psicópata de la Moncloa, alguien a quienes sus
sucesivos sucesores han hecho parecer poco menos que una combinación entre Solón,
Cicerón y Montesquieu. Ahora, miembro del Tribunal Constitucional, dice que se plantea
votar en contra de la ley de la bajada de pantalones si el pleno de la corte de
garantías no aprueba su petición de abstención en la causa.
Ya veremos como ese planteamiento no da ningún fruto.
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