Y no me
refiero únicamente a las autoridades, unas más que otras como cabe deducir de
mi serie de entradas sobre el tema. Me refiero a todos, del primero al último.
Un servidor,
por ejemplo, quizá no ha hecho todo lo que debiera. Quiero decir, no voy por
ahí sin mascarilla, ni tampoco me voy pegando a la gente; pero tampoco he
dejado de hacer las cosas que hago habitualmente: comprar la prensa todos los
días, ir a hacer la compra una vez por semana, viajar por sistema en transporte
público…
Eso sí,
siempre con la mascarilla puesta, porque uno -al menos, este uno- acaba acostumbrándose
y no molesta tanto. Además, servidor siempre ha sido tirando a misántropo, así
que el no hacer vida social tampoco me ha perjudicado tanto. Evidentemente, hay
gente a la que echo de menos, y a la que me gustaría ver, pero más vale prevenir
y esperar para poder vernos más tarde en este mundo que más temprano en el
otro.
Una cosa
muy distinta es lo que vi la semana pasada, volviendo de comprar los periódicos
cuando el colapso Filoménico bajó un poco (es decir, cuando se pudo
andar por la calle sin miedo a partirse la crisma): la gente sentada en las
terrazas de los bares -que también tienen derecho a sobrevivir; me refiero a
los negocios-, sin mascarillas, sin respetar la distancia de seguridad, sin
respetar el número máximo de personas y -estoy seguro- sin respetar la norma de
no mezclar no convivientes.
En parte,
la culpa es nuestra, por irreflexivos. Y en parte, la culpa es de las
autoridades -empezando por el desgobierno socialcomunista que tenemos la
desgracia de padecer-, que en general no han mostrado las consecuencias letales
de la pandemia.
Queriendo
protegernos -¿o protegerse?-, nos han desprotegido. Evitando que seamos
conscientes, nos han vuelto inconscientes.
¡¡¡VIVA ESPAÑA!!!