Los izquierdistas españoles -hablo en general, alguna que otra excepción hay por generación; y me refiero a los políticos, claro- son, en general, gente sin escrúpulos. Son, además, fieles devotos de una ideología vieja de doscientos años, cuyos postulados no han cambiado ni una miaja y cuyos adeptos, a lo que parece, siguen creyendo que viven en la época en la que nació, al menos en algunos aspectos.
Es decir, en tiempos de Marx y
Engels se podía intentar engañar a todos los que se pudiera todo el tiempo que
fuera posible -ya por aquella época, más o menos, Abraham Lincoln dijo aquello
de puedes engañar a todos algún tiempo y a algunos todo el tiempo, pero no
puedes engañar a todos siempre-, pero no siempre era seguro que se fuera a
conseguir.
Pero, en los tiempos que corren, en los que las noticias se conocen casi antes de que se produzcan, es vano el intento de embaucar a la gente (salvo a los ya convencidos de antemano). Por eso, que el psicópata de La Moncloa se apunte el tanto de una donación de Amancio Ortega pagada al cien por cien por el fundador de Inditex demuestra varias cosas: la falta de escrúpulos del socialista, la egolatría del yerno del dueño de saunas homosexuales… y la desesperación del primer ninistro del desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer, que busca el modo de apuntarse tantos como sea.
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