De verdad de la buena que un día de estos, cuando no tenga ninguna otra cosa que hacer, me echaré un vistazo como Dios manda a la ley de desmemoria histérica, y haré un comentario de la misma como es debido. Estoy seguro que no voy a cambiar de opinión, en el sentido de que es una norma inicua; pero es que, además, está tan mal redactada que es factible volverla contra sus creadores.
Entendámonos: aunque pensaran
así, no podían escribir los franquistas eran todos malos malísimos, y los
del otro lado eran todos buenos buenísimos. Y, como no podían hacerlo, cabe
aplicar a aquellos a los que idolatran la misma vara de medir que la izmierda
aplica a la derecha de entonces (es decir, básicamente, a sus mayores, puesto
que muchos son hijos de quienes, por convicción o por necesidad, prestaron sus
servicios al régimen del Generalísimo y caudillo de España por la gracia de
Dios).
Por ello, tiene todo el sentido
-y toda la cobertura legal- del mundo que Vox pida que se retire el nombre de Luis Companys de calles y plazas por ser el responsable de nueve mil asesinatos. Es decir, que el ídolo de los golpistas catalanes, que procesionan
a su tumba cada año, no hizo más que recibir su merecido de acuerdo con las
leyes de la época.
Pero claro, si dices eso a un giliprogre -no hablemos ya de un necionanista-, te llaman fascista.
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