No es que no lo tuviera meridianamente claro, pero al leer Memoria del comunismo (ya va quedando menos para terminarlo) uno puede comprobar que todos los comunistas que en el mundo han sido, son y, seguramente, serán, lo único que hacen es camuflar una ambición personal bajo capas de proclamas pretendidamente solidarias y filantrópicas.
Y cuando los vencidos se quejan
de los defectos de los vencedores, no es porque ellos mismos carezcan de ellos,
sino todo lo contrario: adolecen de las mismas taras, pero sólo les diferencia
una cosa.
Naturalmente, esa cosa es que
ellos, los críticos, se encuentran en el lado de los vencidos. Si el resultado
hubiera sido el inverso, los criticados serían críticos de esos mismos rasgos.
Es decir, que Trotsky se habría comportado como Stalin de estar en el lugar de
Stalin.
Por eso, que el becario ubicuo
haya sacado un libro en el que habla de caudillismo en la formación neocom,
o de una corte en torno al Chepas, o del estalinismo cuqui
de Echeminga Dominga, lo que produce es risa. Risa, porque él mismo estuvo en
esa corte; risa, porque a él le hubiera encantado ser caudillo, en lugar del
caudillo; risa, porque él fue, durante un tiempo, considerado como el neocom
con rostro amable.
Ahora, los neoneocom
quieren hacerse pasar, por algunos, como un ejemplo de izquierda con la que se
puede dialogar. Suponiendo que tal cosa exista, el becario despechado y sus
corifeos no lo son. Porque son comunistas y, como tales, embusteros
patológicos, criminales potenciales y liberticidas vocacionales.
Siempre hay excepciones, claro está, pero ya no están en este mundo.
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