Se suponía que Biden iba a ser una marioneta, alguien que cubriera cuatro años mientras la era la vicepresidenta -mujer, negra, asiática, o varias o todas esas cosas a la vez, según convenga al personaje- ejercía el verdadero poder.
Pero resulta que el pedófilo
abortista parece haberle cogido el gusto al cargo, y está todo el rato en el
candelabro. No haciendo nada, diciendo vaguedades y cayendo en las encuestas
como una bola de plomo en el océano, pero permanentemente bajo los focos.
Mientras, la mestiza radical ni
está ni se la espera. Ha sufrido la maldición de todos los vicepresidentes estadounidenses,
que en el mejor de los casos pasan desapercibidos y en el peor resultan un
incordio. O se les muere el presidente, que es el único modo que tienen de
pasar a primera línea…
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