No soy, o me parece no ser, uno de esos conspiranoicos que piensan que hay una mano negra -el famoso Nuevo Orden Mundial, o NOM- orquestando lo que parece poco menos que la voladura controlada de la sociedad occidental.
Si me pusiera trascendente, diría
que a toda civilización le llega su San Martín, y que es nuestro turno… por
poco que me guste, dado que yo me encuentro dentro de la misma, y el ser
consciente (de estar en lo cierto) no me va a librar de la escabechina. Si me
pusiera un poco más sarcástico, llegaría a la conclusión de que Einstein tenía
razón y que, en efecto, la estupidez humana es infinita.
Porque los ejemplos son casi
interminables. En Estados Unidos, un adolescente varón que se autodeclaraba de
género fluido (lo que viene a ser, a tenor de las pruebas, que se identifica
de un sexo o de otro según le conviene) violó analmente a una adolescente de quince años en el baño de chicas.
Lo peor , con ser malo, no es que
algunos declararan después que el estudiante transgénero depredador
simplemente no existe. Lo peor, con ser malo, es que cinco meses después el
violador cometió otro asalto sexual en otro colegio. Lo peor, con ser malo, no
es que una asistente a la reunión donde se trataba el tema insultara al padre
de la violada y le dijera que no creía que su hija dijera la verdad sobre su violación
(a la mierda la sororidad, oye).
Lo peor es que cuando el
insultado respondió llamando zorra a la que le increpaba, la policía le
detuvo, la fiscalía presentó cargos contra él, una asociación izquierdista calificó
los actos como una forma de terrorismo y el fiscal general de Estados
Unidos -que, allí sí, depende del Presidente- ordenara al FBI que se pusiera a
trabajar contra las amenazas e intimidaciones contra profesores y
consejeros.
Eso es lo que pasa cuando pones a un pedófilo al frente de la primera potencia mundial.
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