Las sucesivas revoluciones de la primera mitad del siglo XIX -1.820, 1.830, 1.848- demostraron que, si alcanzan el poder, los progresistas devienen conservadores (aunque sólo sea para conservar el poder).
En pleno siglo XXI, ese axioma
sigue vigente: cuando ocupan puestos con cargo al erario público, la gente se
convierte, como por arte de birlibirloque, en casta. Toman los vicios de
aquellos a los que criticaban, y los practican con mayor fruición si cabe, y
con desfachatez rampante porque, al fin y al cabo, ellos son gente y,
qué demonios, los de antes también lo hacían.
En Perú han llegado al poder los
criptocomunistas. Cripto para todo aquel que no tenga dos dedos de
frente, porque, aplicando el teorema del pato, si anda como un pato, nada como
un pato y parpa como un pato, es un comun… pato. Pues bien, en plenas
restricciones por la pandemia de la Covid-19, alguien ha organizado una fiesta
de esas muchitudinarias. Y el que la ha organizado no es un cualquiera,
no, sino el ministro del Interior.
No de esto, pero sí de mucho más…
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