A pesar de lo que algunos ignaros (ignaras, más bien) de izquierdas proclaman, el ordenamiento jurídico español reconoce -ya desde antes de la Constitución de 1.978, pero vamos a ceñirnos al ordenamiento actual- la igualdad entre hombres y mujeres. Que la realidad no se ajuste siempre al ordenamiento es otro tema, pero es que si siempre lo hiciera no haría falta una Ley de Enjuiciamiento Criminal porque el Código Penal eliminaría los delitos.
Por ello, la creación y
mantenimiento de un ministerio dedicado a la materia (un ninisterio de Igualdá)
por parte de los gobiernos de izquierdas (hablo de España, claro está) solo
puede considerarse como una medida de cara a la galería. Porque si de verdad
estuvieran preocupados por el tema, habrían colocado al frente del departamento
a alguien preparado, y no a una persona que está ahí -y si no es por eso, lo
parece-, no por sus teóricos méritos, sino por ser la pareja (en aquel
entonces, no sabemos si todavía) del líder de su partido. Toma igualdad.
Y claro, cuando colocas a una
inútil comprobada a pastar del erario, se siente en la obligación de demostrar que
está para algo más que para cobrar a final de mes. Y tan pronto se descuelga
con un lenguaje excluyente con más vocales que una sopa de letras como proclama
un potroloco contra el acoso sexual en el que pide a las empresas que
controlen las miradas impúdicas. Es de suponer que sólo las de los
varones, claro, porque -hermana, no hay quien te crea- en el imaginario neocom
las mujeres (no aclaran si las cisgénero, las transgénero -que pasarían de la
nada al todo por un quítame allá ese bisturí- o las mediopensionistas) son unos
seres puros e inmaculados… siempre que sean de izquierdas, claro.
Estábamos mejor cuando se dedicaba a matar moscas…
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