Si antes digo lo de que me echan en cara que no critico a la derecha -o que sólo critico a la izquierda-, antes empiezo a repartir estacazos a diestros y no a siniestros.
El título de esta entrada resume
perfectamente la valoración que me sugirió la noticia de que PP y PSOE habían llegado a un acuerdo para la renovación del Defensor del Pueblo, de los cuatro miembros del Tribunal Constitucional que tocaban y del Pleno del Tribunal de Cuentas. En realidad,
sólo podía opinar con un poco de fundamento de las dos instituciones de los
extremos.
En cuanto al supremo órgano
fiscalizador de la actividad económico financiera del sector público, y sin
entrar a valorar la idoneidad de los candidatos (o su falta), puesto que la
norma sólo requiere quince años de ejercicio profesional y un reconocido
prestigio (aunque nadie dice en qué, ni por quién), me llamó la atención
que, por primera vez en dos décadas -si no en tres-, no hubiera entre los
nuevos consejeros ni uno solo de los cuerpos de la casa. Que, como me ha
dicho algún conocido, eso no significa que fuera (o fueran) a barrer para
casa, pero ¡qué demonios!, bien está lo que bien parece,
En cuanto al defensor del pueblo,
el elegido fue Ñoñilondo Dos, un candidato desde todo punto de vista
inapropiado. No sólo estaba en la política activa hasta hace, por así decirlo,
cinco minutos, sino que ha cambiado tantas veces de opinión que uno ya no sabe
qué opinión tiene. Para remate, en su discurso de toma de posesión prometió
actuar con independencia.
Excusatio non petita…
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