Los políticos dicen trabajar por el bien de la sociedad. Si esos políticos son españoles y de izquierdas, la dicción se vuelve de un machacón aturullante.
Una vez perpetrada la reforma laboral (o la contrareforma, podríamos
decir, pues se hizo, no ex novo, sino contra la normativa aprobada por
el Partido Popular), los buenos datos -según las estadísticas, que viniendo de
quien vienen hay que poner siempre en cuarentena- de empleo permitieron al
desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer atribuirse el
mérito de los mismos.
Pero ha pasado el tiempo, y los efectos (perniciosos) de la normativa
izquierdista se empiezan a notar, mientras que los efectos (beneficiosos) de la
regulación de derechas van desapareciendo. La consecuencia es que los despidos
por no superar el periodo de prueba se han disparado un novecientos por cien,
mientras que España se ha desplomado en creación de empleo y ocupa el último lugar de toda la Unión Europea, con una destrucción del 1,1 %.
Y todavía habrá quien les defienda. Gratis, quiero decir, los sindicatos de izquierdas no cuentan.
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