Como en el caso de los golpistas catalanes -otra cosa en común-, el odio que neocom y criptocom sienten los unos por los otros sólo es superado por la ambición de detentar el poder. Y este odio no es sólo ideológico, sino también, en muchos casos, personal: el psicópata de La Moncloa y el Chepas no se soportan, probablemente porque reconocen en el otro alguien tan ambicioso y carente de escrúpulos como él mismo; la marquesa de Villa Tinaja probablemente considera a la indocta egabrense como un fósil trasnochado de otra época, mientras que la segunda probablemente vea a la primera como una vocera venida a más pero sin sustancia (lo gracioso es que ambas acertarían); y así sucesivamente.
Sólo esta ambición
desmedida explicaría el que unos y otros aceptaran el firmar un pacto de
gobierno; sólo esta ambición justifica el que, pese a todo, el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer se mantenga: el ocupa necesita
a los neocom para mantenerse en el poder, y los segundos saben que,
fuera del poder, se pasa mucho frío, sobre todo cuando te has acostumbrado a la
vida muelle de las cargas públicas.
Pero cuando uno es un tuercebotas, pasa lo que pasa, y es que no puede renunciar a la actitud demagógica que le es inherente: y si el consejo de ninistros -del cual forman parte los neocom- deja sin ayudas a las calderas de gas de las comunidades de vecinos… ¿qué impide a los que no saben hacer la o con un canuto, tal y como demuestra su símbolo, reclamar esas ayudas tras votar el decreto?
Nada, absolutamente nada. Y como nada lo impide, lo hacen.
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