Si los secesionistas catalanes pensaran verdaderamente en la región y sus habitantes, supeditarían cualquier objetivo o ventaja personales a la consecución de la tan cacareada independencia.
Sin embargo, la situación
es muy otra. Las distintas facciones, incluso los distintos líderes, piensan
únicamente en su propio provecho, en sus pequeñas, mezquinas ambiciones. Quieren
ser ellos -cada uno de ellos para sí- los que consigan la tan ansiada meta. Y cada
uno piensa que, si no es él quien la consiga, entonces no se le da un ardite lo
(y los) demás, y que se vaya todo al carajo.
Esto es lo que sucede
con Cocomocho, por ejemplo. Exiliado en Waterloo, pierde cada vez más
foco y más capacidad de decisión. En la plaza de san Jaime, por otro lado, van
consiguiendo casi todo lo que quieren, con menos esfuerzo que nunca, porque
nunca ha habido en La Moncloa un sujeto con menos apoyo parlamentario y aún
menos escrúpulos para mantenerse al frente del desgobierno socialcomunista que
tenemos la desgracia de padecer.
Y lo que hace el del corte de pelo inefable, mientras sus conmilitones se abofeteaban unos a otros con ocasión de la fiesta regional, era maniobrar para dinamitar el consejo regional de gobierno. Cosa que, como comentaremos en otra entrada, consiguió.
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