Cuando empecé esta serie -he logrado encontrar la segunda entrada de la serie, pero no la primera, aunque quizá sea una sin título delator-, el principal partido de la oposición, y la fuerza más importante en la derecha desde hace cuatro décadas, se enfrentaba a la crisis más importante de su historia.
Habían primado, como
nunca, los intereses personales sobre los del partido (de los intereses de
España, ni hablamos). Casado se había, por lo tanto, convertido en un trasunto maricomplejines
del psicópata de La Moncloa, pero con menos astucia y con más escrúpulos. Aquello
no podía terminar bien para él: le faltaban redaños, no tenía el colmillo lo
bastante retorcido (aunque pueda parecer lo contrario, esta frase supone casi
un elogio). En efecto: terminó con su carrera política.
Hace un mes, saltaba la noticia de que los presidentes del PP, Alberto Núñez Feijóo, y de Vox, Santiago Abascal, se habían reunido en persona por primera vez. Desconozco si de esta reunión saldrá algo bueno para España -esto es, que se centren en el verdadero enemigo, el desgobierno socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer y la coalición Frankenstein que lo sustenta-, y es casi seguro que -parafraseando a Churchill- no sea el fin de la crisis, ni siguiera el principio del fin; pero sí, al menos, el fin del principio.
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