La autoconcedida superioridad moral de la izquierda no es algo privativo de la piel de toro. Por todo el mundo conocido, en una y otra orilla de cualquier mar u océano, siempre habrá una camarilla de inspiración marxista que, camuflada bajo cualquier otro ismo -del feminismo al ecologismo, del indigenismo al multiculturalismo (sea lo que sea esto último)-, pretenderá saber mejor que cualquier otro qué es lo que le conviene a ese otro.
Esto mismo ha sucedido
en Chile, durante mucho tiempo la economía más próspera de Hispanoamérica. Los progres
de uno y otro lado del Atlántico bramaban que la vigente constitución era hija
de Pinochet. Bien, ¿y qué? ¿Le ha ido bien a Chile, durante todos estos
años? Pues entonces.
Pero el recién llegado
al poder presidente del país decidió impulsar, con toda la turbamulta de ismos
diversos que le sustenta, la creación de una asamblea constituyente, que
pergeñó un texto constitucional que oscilaba entre lo delirante -cuotas de todo
tipo- y lo suicida -calificaba a Chile como estado plurinacional, texto
que sometió a referendo en el que era obligatorio votar.
Vamos, que las cosas no
son como en los butifarrendum de los golpistas de la barretina, sino que
los resultados son, de verdad, representativos. Y los resultados fueron que más de un sesenta por ciento de los sufragios fueron contrarios al texto, mientras
que (lógicamente) menos de un cuarenta por ciento lo fueron a favor.
Naturalmente, la ultraizmierda
chilena no se rinde, y el presidente anunció que trabajaría por un nuevo
itinerario constituyente (mira que son cursis los rojelios), que entregue un
texto que logre interpretar una amplia mayoría.
¿No se le ha ocurrido que esa amplia mayoría parece estar bastante a gusto con la actual constitución?
No hay comentarios:
Publicar un comentario