Los golpistas catalanes tienen tan fina la piel como dura la cara. A aquellos que les molestan les aplican medicinas en dosis generosas, mientras que si reciben una muestra homeopática de la misma (cedo gratuitamente la expresión, que acabo de fabricar sobre la marcha) gritan como gorrinos degollados, como si les estuvieran despellejando lentamente y sin anestesia.
Es el caso de Cocomocho, que se quejó amargamente de que un tipo le golpeara en el hombro y le gritara a la cárcel. Cómo se habría puesto si simularan su fusilamiento, llenaran de pintadas la entrada de su domicilio, montaran una barricada frente a su puerta y la prendieran fuego, o cualquier otra de las gracias con que las hordas azuzadas por él y sus cómplices regalan a los ciudadanos de Cataluña que no comulgan con sus desvaríos secesionistas.
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