Puede que sea porque soy inteligente. Puede que sea porque soy observador. Puede que sea por el sesgo de confirmación. Puede que sea, simplemente, porque tengo razón.
Y es que lo de que España
es lo único que los secesionistas catalanes odian más que unos a otros es una cosa
tan evidente, tan palmaria, tan difícil de ocultar para ellos a poco que se
descuiden, que hay que ser muy ciego, muy necio o muy malvado para no darse
cuenta.
No quedaba ni una semana
para la celebración de la fiesta regional catalana y ya andaban dando sobradas muestras de lo que digo (de su odio, no de mi capacidad intelectual): mientras
el bleferóptico con sobrepeso cargaba contra la sedicente y sediciosa asamblea
nacional catalana, el cuerpo regional de policía alertaba de enfrentamientos
callejeros entre separatistas.
Lo he dicho y lo diré una y mil veces: si España pudiera permitirse hacerse a un lado y dejarles a su aire, ellos mismos nos libraban de su presencia en poco más de un suspiro.
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