En su famosa obra 1.984, George Orwell dibujó, con una precisión casi milimétrica, cómo serían las dictaduras del futuro. Uno de los rasgos de esas dictaduras era la neolengua, idioma en el que, aunque aparentemente fuera idéntico al inglés, las cosas querían decir lo contrario de lo que significaban.
Y esto ha ocurrido con
los tiranos de la izquierda -un pleonasmo, lo sé, puesto que la izquierda es
genéticamente tiránica-, que emplean términos con un sentido diametralmente
opuesto al suyo verdadero.
Es el caso de inclusivo,
que se supone que quiere decir que incluye a todos, especialmente a aquellos
que, tradicionalmente, han sido excluidos: mujeres, homosexuales, negros,
transexuales… En realidad, cuando emplean ese término, lo que hacen es excluir.
Esto ocurre especialmente con el llamado lenguaje inclusivo: el verdadero
lenguaje inclusivo es el de toda la vida, el del masculino genérico, que incluye
también a las mujeres. Cuando disocian las palabras en los dos géneros -las
palabras tienen género, lo que tienen los seres vivos es sexo (sobre todo, si
tienen suerte)-, dicen la mitad de tonterías en el mismo tiempo; lo malo es que
las dicen dos veces.
Ahora, han llevado este
despropósito a la práctica. La llamada ley trans del desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer subvenciona el primer
campamento destinado exclusivamente a jóvenes trans para, dicen,
fomentar la diversidad. Si todos son transexuales, no veo yo dónde está la
diversidad ni la inclusión.
Definitivamente, los de izquierdas tienen un problema de comprensión pero que muy serio…
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