La ley Sánchez-Montero, conocida popularmente como ley del sí es sí, fue presentada por sus promotores poco menos que como un hito en la historia legislativa mundial, un parangón (no sé si el término es adecuado, pero me apetece ponerlo porque queda solemne y tal) con el cual se compararía toda norma posterior relativa a la materia.
La realidad es que, como todo lo
que sale de los neocom, la norma es un engendro, mala técnicamente y
perjudicial socialmente, puesto que los abusadores y violadores están viendo
rebajadas sus penas o, directamente, la calle (es decir, que están siendo puestos
en libertad).
Y en cuanto la norma ha
traspasado las fronteras septentrionales de España, el escándalo ha sido
mayúsculo: las europarlamentarias se han mostrado escandalizadas por las mentiras de la marquesa de Villa Tinaja en lo relativo a las consecuencias
de la ley.
Mientras, el desgobierno
socialcomunista que tenemos la desgracia de padecer ha reaccionado con una pataleta
al duro informe de las instituciones europeas sobre la norma, la indocta
egabrense habló de efectos no deseados (pero previsibles, según se
deduce de sus declaraciones en una entrevista radiofónica), la jueza comunista
metida a política chilló como una histérica cuando no la dejaron hablar, y las
eurodiputadas socialcomunistas españolas se saltaron una reunión de la delegación europea con los vocales del Consejo General del Poder Judicial en
las que se dijeron las verdades del barquero.
Muy edificante, todo.
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