En cuanto un político se sube al coche oficial, y sobre todo si es de izquierdas, no lo abandona ni aunque el vehículo estalle en llamas.
Por eso resultan tan poco
creíbles afirmaciones como las de Pilar Llop o Nadie Peludiño. La primera
dijo hace meses que, cuando viajaba en Metro o autobús -primera mentira-, escuchaba
a la gente hablar sobre la renovación de los órganos constitucionales (segunda trola:
la gente no habla en el transporte público).
La segunda dijo hace un mes,
dando por solucionada la inflación, que cuando iba al supermercado -primer
embuste- los precios habían bajado (segunda falacia).
Por muchos recibos de caja que presente.
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