Desde que se constituyó, hace ya camino de siglo y medio, el partido de la mano y el capullo sólo ha tenido un objetivo, y a él han supeditado todos sus actos. Este objetivo es el de alcanzar el poder y, una vez obtenido, detentarlo tano tiempo como les sea posible, por los medios que sea.
Para ello, no han tenido reparo
en aliarse a quien haga falta, ya sea un espadón militar, ya uno de los
peores genocidas del siglo XX (que es tanto como decir de la Historia), ya los
separatistas catalanes, ya los terroristas vascos. Al modo de los lugartenientes
de Viriato o del conde don Julián, no les ha importado poner en peligro la
libertad de sus compatriotas o la integridad de la nación, con tal de
satisfacer sus intereses.
Por eso, cuando tras proclamarla
como una de las normas más avanzadas del mundo, parangón y ejemplo en el que se
fijarían los demás países, se han lanzado a promover la corrección de la ley
Montero-Sánchez (toda criatura tiene un padre y una madre, y esos dos son los
de la malhadada ley llamada del sí es sí), no ha sido porque reconozcan
que se equivocaron o porque las víctimas les importen un comino.
No: lo hacen porque piensan que no hacerlo les haría más daño que la reforma del delito de malversación… que ya es decir.
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