La reflexión atemporal de esta semana no va de política. Por el contrario, es probablemente de las más personales que haya hecho, aunque tiene solo carácter intelectual.
Siempre me ha gustado la
etimología. Saber de dónde vienen las palabras te ayuda a entender su significado.
Esto es especialmente cierto en el caso del nombre de los países, como lo
demuestran los casos siguientes (más en inglés, idioma que no tira precisamente
de imaginación a la hora de construir sus términos, como lo prueba el hecho de
que muchos de sus verbos sean onomatopéyicos):
- Dan-mark - La tierra o marca de los daneses
- Deutsch-land - Tierras alemanas
- Eng-land – Tierra de los anglos
- Ire-land – Tierra del Éire
- Sverige - Reino de los suiones
- Norge – Camino del Norte (Nor-way)
- Ísland – Tierra de hielo (Ice-land)
- Grønland – Tierra verde (Green-land)
- France - (Tierra de los) francos
¿Y España? Pues en esto, como en
tantas otras cosas, nuestro país es diferente. Porque nadie tiene claro de
dónde viene el nombre, ni qué demonios significa.
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