Desde su nacimiento hace ya un siglo y tres cuartos, el comunismo ha dicho defender (en exclusiva) muchas causas, pero en realidad sólo ha sido verdaderamente fiel a una: alcanzar el poder y detentarlo tanto tiempo como le sea posible. Otra manera de decirlo es que ha enarbolado muchas banderas, pero que detrás de ellas siempre se encontraba la roja con la hoz y el martillo.
Así, dicen ser ecologistas, pero
ningún país perpetró tantas atrocidades medioambientales como la Unión
Soviética, y ninguno contamina tanto como la China comunista.
Dicen defender a los colectivos
NoCHe, pero mantienen relaciones cordiales con regímenes en los que a los que
pertenecen a dichos colectivos se les condena a muerte. Regímenes además
profundamente teocráticos, cuando dicen defender también la separación absoluta
entre la religión y el poder político.
Y dicen defender a las mujeres, pero promueven normas que orillan la biología y dejan la consideración de ser hombre o mujer a la voluntad de cada cual, y afirman -y se quedan más anchas que panchas- que si un maltratador (varón, por supuesto) se autodetermina transexual, ya no la consideran violencia de género.
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